miércoles, 29 de julio de 2009

DE LA SOSPECHA COMO ARTE POÉTICA

(Arquitecturas de la sospecha, poesía de Carlos Calero,

Ediciones Andrómeda, 2008)

Adriano Corrales Arias*


La poesía de Carlos Calero ya no nos sorprende en su abundancia imaginativa. Pero nos asombra con su amplitud persuasiva y su capacidad de desdoble y de puente entre realidades diversas, ambiguas; entre campos culturales oblicuos; entre prácticas diferenciadas, pero siempre armónicas.

Todo ello y más, trae su último libro Arquitecturas de la sospecha. Dividido en cinco partes (Proscenio, Estridencias del ojo, Orfebrerías del susurro, Estaciones de la duda y Encuentros del espíritu), Calero nos acerca a su mundo íntimo y exterior de múltiples maneras. Pero nos enfrenta con la sospecha de que ambos mundos son peligrosamente ambiguos y dolorosos, acaso divididos y extraños. Porque el poeta sospecha de todo, especialmente de sí mismo.

Y sin embargo, si algo tiene claro el poeta es su oficio; su compromiso con la palabra, la suya y la ajena, es decir, la de todos. Porque el poeta sabe que vino a cantar, pero no de forma complaciente, sino con la duda de su existencia a través de la anomia social y de la historia. Todo con una capacidad rítmica, a veces hasta atreviéndose con el reggaetón, que sorprende porque apremia: “No perdás el tiempo, urge agrupar, curar, limpiar, coleccionar, ver, oír, palpar, tocar, lengüetear, mirar, poetizar, vivir la locura para el tratado de la cordura”. Y nos advierte: “Pero no somos solo sentidos, somos sustancia, somos latidos, somos humo, materia y antimateria, la nada y el todo, lo pleno y el vacío. Somos lo visible y lo oculto repentino o adrede”.

Asombra esa capacidad expresiva de un poeta que en su vida cotidiana es silencioso y contemplativo, sin aspavientos. Un poeta que debería ser contenido dada su parsimonia existencial, esa actitud vital que nos retrotrae a la imagen de los altos sacerdotes mayas. En cambio su poesía es río desbocado, volcán activo, tierra de fuego abrasivo. Eso sí, sin perder la ternura y el toque justo para que el sentido se conjugue perfectamente con el sentimiento en un paquete emocional-intelectual, como pregonaba el viejo Ezra.

Y es que Calero abreva de la gran tradición poética de su país natal Nicaragua. E igual que sus notables hermanos, ha sabido conjugar la poesía del Siglo de Oro Español con lo mejor de las vanguardias del siglo XX, especialmente las norteamericanas, sin descuidar su interés por la poesía latinoamericana. Pero con la conciencia plena de que la columna vertebral de su propuesta es la poesía nica, con todo lo que ello implica en términos semánticos y semióticos, y su contexto fronterizo con una Costa Rica que lo acogió aunque aún no lo celebra.

Por eso podemos decir que la poesía de Carlos Calero es una poesía mestiza, híbrida, a caballo entre dos campos culturales y sus respectivas tradiciones, pero sin perder la fuente que la convierte en auténtica y en profunda sinfonía. Es poesía valiente, corajuda, pero sin dejar de lado la sencillez que se procura desde su propio nacimiento. En otras palabras, es poesía con garra pero que no se abandona a la fanfarria posmoderna, ni a las poses de quienes aspiran al canon y a la fama. Es poesía comprometida con su entorno y con su historia, pero sin pretender hacer panegíricos ni manifiestos. Es gongorina pero sin perder sus rasgos de ascendencia popular. Poesía ciudadana e íntima, social y personalizada, explosiva pero largamente meditada.

En Arquitecturas de la sospecha es importante el homenaje que el poeta rinde a sus amigos, compañeros y maestros de viaje. Es significativo, por ejemplo, el espacio que ocupa el notable escritor guatemalteco-nica Franz Galich, fallecido dolorosamente en Managua. Igual la reseña poetizada, como remembranza y homenaje, a ese gran poeta que es Santiago Molina, lastimosamente olvidado por el canon y las instituciones de su país. Pero igual el recuerdo de Allen Ginsberg, Juan Ramón Jiménez, Jaime Gil de Biedma, o de personajes sencillos pero entrañables como Isabel Gaitán, “Chavelo”, o don Flavio Tijerino. Y claro, su tierra natal con sus frutas y su culinaria, con la nostalgia propia del desarraigo: la cabanga. Y por supuesto, el amor.

Por todo lo anterior me permito recomendar las Arquitecturas de la sospecha de Carlos Calero como un proyecto estético donde la palabra, como en toda buena propuesta poética, es la herramienta para cavar y ahondar en nuestras vidas y en nuestra memoria, de tal manera que se nos permita continuar la senda de un largo aprendizaje para sortear las dificultades, las desavenencias y la implacabilidad del tiempo. O sea, para sobrevivir, aunque sea en la memoria de los demás.

*Escritor costarricense.

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