miércoles, 29 de julio de 2009

La Costumbre del reflejo(Periódico de la UCCR)

Durante la Semana Universitaria, en setiembre de este año, en el Auditorio de la Universidad Católica de Costa Rica, Anselmo Llorente y Lafuente se presentará la obra poética “La costumbre del reflejo.”

“La costumbre del reflejo” cuyo autor es el poeta Carlos Calero, ya fue publicitado en Costa Rica y Nicaragua, en los meses de junio y julio, respectivamente. Este libro fue editado por Ediciones Andrómeda, bajo el cuidado del narrador costarricense Alfonso Peña. Carlos Calero pertenece a la Generación de los Ochentas. Nació en Nicaragua, 1953 en el mítico y legendario barrio de Monimbó. Tiene una licenciatura y una Maestría en Ciencias de la Educación. Su primer libro se llamó “El humano oficio”, publicado por el Centro de Escritores Nicaragüenses, en el año 2000. El poeta Calero ha publicado su poesía en diversos suplementos literarios de Nicaragua, revistas de Costa Rica, México, Estados Unidos, Cuba, Italia y otros lugares; como también forma parte de antologías poéticas de ambos países, pues adoptó la ciudadanía costarricense.

“La costumbre del reflejo” a como dice el poeta Adriano Corrales es “un poemario afincado en la memoria. Como fotografías, daguerrotipos, o cinematógrafo, las ciudades, aldeas, volcanes, lagos, ríos, personajes y voces de su país natal, Nicaragua, circulan nostálgicamente por este libro”. El poemario consta de cuatro partes: Plenitud del acoso, La cuna amorosa, La sed confesada y Sudoración del deseo; partes que explican y concilian la visión poética de un mundo signado por la costumbre desacostumbrada, esa nostalgia de un pasado cargado de amor, recuerdos, pasiones, rostros que se repiten en la memoria como estelas de roces visuales; es el temor a perder lo único viviente, fijo, rotundo y perdurable: la memoria, la patria, la infancia, el eco de voces de ciudades, actos de injusticia “atrapados en los tribunales de la memoria”, pobreza, calamidades,… Pero esa costumbre de reflejar las cosas duraderas, de nostalgia y alegrías, tiene su asidero en el amor; amor que reincorpora la fe y el entusiasmo por un futuro mejor. Es el amor a la esposa, porque el poeta Calero le dedica el libro a su compañera que falleció en Costa Rica; pero este poeta ve la tragedia como un vuelo que remonta los recuerdos porque “celebré fiestas de naranjas y marimbas en Masaya”, para que la memoria funcione como estímulo para la conciencia de la identidad y la esperanza.

También el poeta y narrador Manuel Martínez, asegura que “Su poesía revela una tendencia pagana, un íntimo erotismo, un reencuentro con la memoria que es su pasado ancestral, la deidad interior encarnando en el verbo. Carlos Calero se ha constituido por mérito propio en una de las revelaciones de la poesía de la década de los ochenta.” En otra parte agrega: “Se trata, por demás, de un poemario homenaje a su Masaya natal, a Nicaragua nutricia, y a sí mismo. Por mi parte, celebro el nacimiento de un nuevo libro de poemas de Carlos Calero, que viene a reafirmar la calidad de la poesía escrita en esta provincia del idioma español, que es Nicaragua.”

Por otra parte, el poeta Carlos Calero trabaja como profesor de nuestra Universidad Católica desde hace algunos años, en el área de Comunicación Oral y Escrita.

(Artículo publicado en el Periódico de la Universidad Católica de Costa Rica, Anselmo Llorente y Lafuente, El Universitario)

El sexo no es asunto de santos


I

Resulta que este santo te mira, pero es con tus propios ojos; un santo que te vio hacer el amor de pie y contra una puerta:

II

que hubo sexo oral y no sucumbieron los cielos; que el pubis se erizó y no apagaron, con la inocencia, las candelas;

III

qué generoso, qué alcahueta el santo diría mi abuela, y todo hubiera acabado de no ser que en el retrato de la sala había un cuerpo de muchacha adolescente con vestido de gasa y flores en las orejas, y me lo llevaba en los bolsillos, desnudo, para luego besarlo sin que nadie me viera,

IV

pues en lo secreto de mis estrategias ella iba y venía conmigo, pero sin ropas ni escapularios.

V

Cómo besaba y bendecía ella al santo Carlos Calero, hasta que nos descubrieron.

Así son las cosas con Raúl Orozco


I

Raúl, esperé y esperé una respuesta a mi correo electrónico;

II

esperé lo que esperabas desde que me contaron la encrucijada de la muerte en tu carne, un rostro blanco sobre el negro de tu paso con terquedad de quien vive porque vive, porque siente que siente lo que muchos no nos atrevemos a sentir a tu manera, tu modo de ver las cosas de frente como recorrer las calles de Managua con una lámpara, o una candela en penumbra de luminosa resistencia;

III

y verte y saludarte como platicamos más de una vez, mirándonos como amigos, saltando sobre la ilusión brevísima y mojigata, rancia, catarrosa, ojerosa, horrorosa, felina y con mezcla de diadema y mano gruñona; y hasta pachona, lactosa y truculenta, lenta, lenta…

IV

y todas esas cosas que uno resiente, que ve más allá de poner los ojos en crepúsculo con lago sobre San José, o el Huembes en Cartago;

VI

y cómo dejarte en paz si nos dejaste la paz porque se quiera o no fuiste de los buenos, casi invisible, a la altura natural del aliento y el tiempo que aloja ganas de volver al mundo para morirse y multiplicar las ganas de morirse siendo o no siendo nosotros los ausentes.

V

Así son las cosas con Raúl Orozco, las cosas con sus versos, tan de lejos y de cerca de Martínez Rivas, tan próximo quizá a Vallejo, y tan entrado en palabras que pactan y distancian con Beltrán Morales, con la poetada de tono fino, irónico, de palabra labrada, y quizá nunca acabada;

VI

así son las cosas con este poeta Raúl Orozco, su justo sepelio sin estridencia inmerecida, un séquito sobre la calle y en distancia de las fronteras porque te acompañamos.

VII

Raúl, esperé y esperé una respuesta que ya está aquí, ahora mismo, sin relojes ni calendarios.

VIII

Está en la base muscular que deja la vida porque si no se deja nos emboba con extraña ración de hueso y adulación fofa de quien no pudo alcanzarte, y cómo hacerlo, cómo sostenerlo y si ya estás vivo, y punto y página nueva y aparte, cómo la cerveza brevísima, vellosa, interna, entre los poemas y la idea que decreta que si escribimos es para ponerle a la poesía una palabra de no muerte, a la calavera incisiva que finge estar de pie en el cementerio, y procura entender cómo será la muerte de un poeta que por su palabra no ha muerto, que fue impactante y premonitorio escribir: “Que la nada te reciba con sus mejores galas.”

IX

Así son las cosas con Raúl Orozco. Y cómo hacerles creer a los bobos, los de siempre, los improbos, tu gloriosa y solitaria manera de fingir que estás muerto.

DE LA SOSPECHA COMO ARTE POÉTICA

(Arquitecturas de la sospecha, poesía de Carlos Calero,

Ediciones Andrómeda, 2008)

Adriano Corrales Arias*


La poesía de Carlos Calero ya no nos sorprende en su abundancia imaginativa. Pero nos asombra con su amplitud persuasiva y su capacidad de desdoble y de puente entre realidades diversas, ambiguas; entre campos culturales oblicuos; entre prácticas diferenciadas, pero siempre armónicas.

Todo ello y más, trae su último libro Arquitecturas de la sospecha. Dividido en cinco partes (Proscenio, Estridencias del ojo, Orfebrerías del susurro, Estaciones de la duda y Encuentros del espíritu), Calero nos acerca a su mundo íntimo y exterior de múltiples maneras. Pero nos enfrenta con la sospecha de que ambos mundos son peligrosamente ambiguos y dolorosos, acaso divididos y extraños. Porque el poeta sospecha de todo, especialmente de sí mismo.

Y sin embargo, si algo tiene claro el poeta es su oficio; su compromiso con la palabra, la suya y la ajena, es decir, la de todos. Porque el poeta sabe que vino a cantar, pero no de forma complaciente, sino con la duda de su existencia a través de la anomia social y de la historia. Todo con una capacidad rítmica, a veces hasta atreviéndose con el reggaetón, que sorprende porque apremia: “No perdás el tiempo, urge agrupar, curar, limpiar, coleccionar, ver, oír, palpar, tocar, lengüetear, mirar, poetizar, vivir la locura para el tratado de la cordura”. Y nos advierte: “Pero no somos solo sentidos, somos sustancia, somos latidos, somos humo, materia y antimateria, la nada y el todo, lo pleno y el vacío. Somos lo visible y lo oculto repentino o adrede”.

Asombra esa capacidad expresiva de un poeta que en su vida cotidiana es silencioso y contemplativo, sin aspavientos. Un poeta que debería ser contenido dada su parsimonia existencial, esa actitud vital que nos retrotrae a la imagen de los altos sacerdotes mayas. En cambio su poesía es río desbocado, volcán activo, tierra de fuego abrasivo. Eso sí, sin perder la ternura y el toque justo para que el sentido se conjugue perfectamente con el sentimiento en un paquete emocional-intelectual, como pregonaba el viejo Ezra.

Y es que Calero abreva de la gran tradición poética de su país natal Nicaragua. E igual que sus notables hermanos, ha sabido conjugar la poesía del Siglo de Oro Español con lo mejor de las vanguardias del siglo XX, especialmente las norteamericanas, sin descuidar su interés por la poesía latinoamericana. Pero con la conciencia plena de que la columna vertebral de su propuesta es la poesía nica, con todo lo que ello implica en términos semánticos y semióticos, y su contexto fronterizo con una Costa Rica que lo acogió aunque aún no lo celebra.

Por eso podemos decir que la poesía de Carlos Calero es una poesía mestiza, híbrida, a caballo entre dos campos culturales y sus respectivas tradiciones, pero sin perder la fuente que la convierte en auténtica y en profunda sinfonía. Es poesía valiente, corajuda, pero sin dejar de lado la sencillez que se procura desde su propio nacimiento. En otras palabras, es poesía con garra pero que no se abandona a la fanfarria posmoderna, ni a las poses de quienes aspiran al canon y a la fama. Es poesía comprometida con su entorno y con su historia, pero sin pretender hacer panegíricos ni manifiestos. Es gongorina pero sin perder sus rasgos de ascendencia popular. Poesía ciudadana e íntima, social y personalizada, explosiva pero largamente meditada.

En Arquitecturas de la sospecha es importante el homenaje que el poeta rinde a sus amigos, compañeros y maestros de viaje. Es significativo, por ejemplo, el espacio que ocupa el notable escritor guatemalteco-nica Franz Galich, fallecido dolorosamente en Managua. Igual la reseña poetizada, como remembranza y homenaje, a ese gran poeta que es Santiago Molina, lastimosamente olvidado por el canon y las instituciones de su país. Pero igual el recuerdo de Allen Ginsberg, Juan Ramón Jiménez, Jaime Gil de Biedma, o de personajes sencillos pero entrañables como Isabel Gaitán, “Chavelo”, o don Flavio Tijerino. Y claro, su tierra natal con sus frutas y su culinaria, con la nostalgia propia del desarraigo: la cabanga. Y por supuesto, el amor.

Por todo lo anterior me permito recomendar las Arquitecturas de la sospecha de Carlos Calero como un proyecto estético donde la palabra, como en toda buena propuesta poética, es la herramienta para cavar y ahondar en nuestras vidas y en nuestra memoria, de tal manera que se nos permita continuar la senda de un largo aprendizaje para sortear las dificultades, las desavenencias y la implacabilidad del tiempo. O sea, para sobrevivir, aunque sea en la memoria de los demás.

*Escritor costarricense.

Eros sónico


I

Con mucho cuidado trato de no lastimarme el tímpano;

II

que la uña no perfore el silencio de escucharme; de proferir el sigilo que hay en mí cuando me tientan las palabras:

III

por eso disfruto mientras mi dedo llega muy próximo al oído y se produce una catarata de murmullos, orquestaciones internas, una torrencial música que se hace palabra al quedarnos sordos.

IV

Con mucho cuidado trato de no lastimarme el tímpano,

V

esto ocurre cada vez cuando oigo que estás en mí y no hablás, para que los espíritus de la cama atraviesen la noche donde el ruido del corazón ya no sabrá cómo despertarnos.

Argumentaciones alrededor de un insecto


I

La ciudad nos persigue con insecto loco y enamorado; la pregunta es por qué se han vuelto locos y de qué se han enamorado.

II

La ciudad y el insecto fruncen las alas y no se cansan; proponen casa ni para habitarla en los sueños;

III

la ciudad y el insecto me entregan un oleaje, y las aguas se sumergen en la infancia.

IV

La pregunta es por qué rompen alas y el aire los estruja, a pesar del viento en los espejos; y proponen un mundo de estanques bajo los puentes, y el asedio de convertirse en ponzoña urbanizada;

V

la ciudad y el insecto buscan veredas cuando están asediados; por eso no está en ellos evadir un paisaje paralelo;

VI

así llegaran a la casa sin zumbidos, sin reconocer en sus patas la memoria, ¿por qué temerán el fuego, el agua y no la tierra?

VII

Y se quedan niños: el insecto es inocencia, cada vez que tropiezo con un coleóptero que no vive sobre el aire, ni toca la conciencia con la mentira ósea en la sangre y las ciudades.

Arquitectura de la sospecha, comentado por Erick Aguirre

Nuevo Amanecer
jul 19, 2008

Arquitecturas de la sospecha, de Carlos Calero

Erick Aguirre | eaguirre@elnuevodiario.com.ni

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Después de casi un año Carlos Calero ha vuelto sobre sus pasos de hijo pródigo de Nicaragua y de su poesía, hermano alejado pero entrañable de sus poetas, a presentarnos un nuevo libro que trae bajo el brazo: “Arquitecturas de la sospecha”.

Luego de leer las impresiones de Tomás Saraví sobre este libro, donde el escritor tico ha encontrado una subyugante gimnasia verbal y una forma particular de prosa poemática con un estilo preciso, mostrado ahora con un aplomo, una soltura y una seguridad formal envidiables; no puedo más que corroborar lo que de sus anteriores libros yo mismo he desprendido: que sus aciertos formales y sus nada gratuitos retruécanos no ensombrecen para nada la nobleza espiritual de su mensaje y la claridad crítica o la “conciencia histórica” de sus ideas.

Como crítico, me ha hecho volver los ojos hacia la Scienza Nuova, en la que Giambaptista Vico nos habla de un lenguaje y una poesía que se desarrollan fuera de toda regla.

Tratando de sumergirme ahora en este su nuevo libro, me percato de que, desde finales de los 80, Calero empezó a caminar (y desde entonces no ha retrocedido jamás) en una estética que desde todas sus improvisaciones emocionales, mnemotécnicas, subjetivas, le muestra todas las posibles e imprevisibles formas de libertad al espíritu.

Sus constantemente lúdicos efectos o retruécanos poéticos no parecen apoyarse en la racionalidad o el simple “deber ser”, impuesto a sus juegos metafóricos o a su constante construcción y deconstrucción imaginista, sino más bien al asombro constante, al éxtasis fulminante que se sucede en su permanente descubrimiento y cuestionamiento del mundo.

Pero, ¿cuál es esa, al parecer novedosa pero en verdad antigua estrategia retórica a la que recurre Calero para explicarse el mundo y para mostrar a sus lectores, a través de procedimientos aparentemente indefinibles, lo que sustancialmente sí resulta definible en la lectura de sus poemas?
Será siempre imposible tratar de descifrar “racionalmente” esa estrategia, porque es la estrategia común de la poesía a través del tiempo. Y los críticos no podemos más que formular preceptos que están implícitos en eso que conocemos como práctica poética, cuya función racional es frecuentemente ajena al propio poeta.

Por eso creo que Tomás Saraví tiene razón al concluir, después de tres libros y muchas lecturas, que la poesía de Carlos Calero está hecha de ideas escondidas que impulsan el efecto de muchas, infinitas sensaciones, y que todo eso no es más que una estrategia de seducción, una más de las formas de aprehender el Universo.

Artículos en el NUEVO AMANECER CULTURAL en Nicaragua

jul 12, 2008

ARQUITECTURAS DE LA SOSPECHA

I
El poeta desconfía de instituciones en la historia del bien o el mal, caridad o la fe, caballo de Troya y economía, o espectro del poder, infamia de la ideología, espejo confuso del presente y pasado, vela raída y avista el caos, chasquido sobrenatural del profeta que amenaza con el fin de los siglos, odio al olvido mientras las palabras son mercancía del ego, falso nacionalismo, xenofobia, mezquina modernidad posesiva, o sustantivo pretor pro democracia para reacomodar la mordida imperial de la mandíbula en las culturas del despojo y plan del burbujeo sanguíneo con sutiles engaños, conciencia y progreso de lo siniestro.


II
El poeta desconfía de la oscuridad/apariencia, o construye buhardillas para su genio extravagante de la sustancia condenada a la periferia del paraíso en normalidad/ existencial con que se ordena la matemática del dominio, persuasión, obediencia, vileza, o estrategia de la concesión amo-señor.

III
El poeta en las arquitecturas de su sospecha acecha.


Nuevo Amanecer
jul 12, 2008

Nuevo libro de Carlos Calero

Arquitecturas de la sospecha

Por Tomás Saraví

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Ya en sus penúltimos volúmenes poéticos (“La costumbre del reflejo”, 2006, y “Paradojas de la mandíbula”, 2007), el poeta Carlos Calero nos introdujo con soltura en su particular forma de prosa poemática, estilo preciso que lo define con gran claridad. Su tono es inconfundible, su gimnasia verbal se apodera de nosotros.

En esta nueva entrega (“Arquitecturas de la sospecha”), Carlos subraya sus aciertos formales en este territorio del cual se ha apoderado con envidiable seguridad formal, con un aplomo que de ninguna manera ensombrece la calidad de sus ideas.

Un rico material de reflexiones, de enfoques ideológicos precisos, siempre con un toque erótico que en él es permanente: para Calero descubrir el mundo es descubrir “las cartas y los besos felices de una noche con lluvia”.

Quizás en esta nueva entrega hemos descubierto su secreto: al despojarse de preocupaciones en cuanto al manejo del lenguaje poético, el vate nicaragüense transita por un sendero esencialmente existencial.

Su estilo es apoderarse del lector por imperio de una catarata de emociones, por un discurso que no está hecho de ideas, sino de sensaciones.

Por fin lo hemos descubierto: Calero describe el mundo que lo rodea como si estuviera recorriendo el cuerpo de una mujer amada. Al apoderarse de ella, se apodera del Universo.