lunes, 17 de agosto de 2009

Erik Aguirre con otros poetas nicaragüenses

(De izquierda a derecha Adriano Corrales, Erick Aguirre, Juan Carlos Vílchez, Luis Aragón (pintor radicado en España), Manuel Martínez y Carlos Calero.)

Arquitecturas de la sospecha, de Carlos Calero Erick Aguirre | eaguirre@elnuevodiario.com.ni

Después de casi un año Carlos Calero ha vuelto sobre sus pasos de hijo pródigo de Nicaragua y de su poesía, hermano alejado pero entrañable de sus poetas, a presentarnos un nuevo libro que trae bajo el brazo: “Arquitecturas de la sospecha”.

Luego de leer las impresiones de Tomás Saraví sobre este libro, donde el escritor tico ha encontrado una subyugante gimnasia verbal y una forma particular de prosa poemática con un estilo preciso, mostrado ahora con un aplomo, una soltura y una seguridad formal envidiables; no puedo más que corroborar lo que de sus anteriores libros yo mismo he desprendido: que sus aciertos formales y sus nada gratuitos retruécanos no ensombrecen para nada la nobleza espiritual de su mensaje y la claridad crítica o la “conciencia histórica” de sus ideas.

Como crítico, me ha hecho volver los ojos hacia la Scienza Nuova, en la que Giambaptista Vico nos habla de un lenguaje y una poesía que se desarrollan fuera de toda regla.

Tratando de sumergirme ahora en este su nuevo libro, me percato de que, desde finales de los 80, Calero empezó a caminar (y desde entonces no ha retrocedido jamás) en una estética que desde todas sus improvisaciones emocionales, mnemotécnicas, subjetivas, le muestra todas las posibles e imprevisibles formas de libertad al espíritu.

Sus constantemente lúdicos efectos o retruécanos poéticos no parecen apoyarse en la racionalidad o el simple “deber ser”, impuesto a sus juegos metafóricos o a su constante construcción y deconstrucción imaginista, sino más bien al asombro constante, al éxtasis fulminante que se sucede en su permanente descubrimiento y cuestionamiento del mundo.

Pero, ¿cuál es esa, al parecer novedosa pero en verdad antigua estrategia retórica a la que recurre Calero para explicarse el mundo y para mostrar a sus lectores, a través de procedimientos aparentemente indefinibles, lo que sustancialmente sí resulta definible en la lectura de sus poemas?
Será siempre imposible tratar de descifrar “racionalmente” esa estrategia, porque es la estrategia común de la poesía a través del tiempo. Y los críticos no podemos más que formular preceptos que están implícitos en eso que conocemos como práctica poética, cuya función racional es frecuentemente ajena al propio poeta.

Por eso creo que Tomás Saraví tiene razón al concluir, después de tres libros y muchas lecturas, que la poesía de Carlos Calero está hecha de ideas escondidas que impulsan el efecto de muchas, infinitas sensaciones, y que todo eso no es más que una estrategia de seducción, una más de las formas de aprehender el Universo.

Paradojas de la mandíbula, comentario por el poeta Guillermo Fernández

Carlos Calero somete al lector a un lenguaje extremo en su libro Paradojas de la mandíbula. Y decimos extremo por incógnito, desmedido en su énfasis, mágico en sus hallazgos. Su palabra es un laberinto de osadías lingüísticas en el acontecer de un observador implacable, incapaz de probar el mundo sin el espasmo de una conciencia conmocionada, donde hallamos los ecos de estilos que perfilan madura expresión en su voz.
Calero descubre la epifanía de nuestro dolor cósmico en todas las cosas. Pero su mundo pesadillesco no se cifra en el caos. Aunque la amenaza apocalíptica está presente en cualquier esquina, incluso en el movimiento de una pieza de ajedrez, el verbo de este poeta es una sentencia severa y segura del desorden actual, y esa severidad y certeza es su logro, su catarsis, su alcance humano y artístico.
Por contraparte a su visión cataclísmica, Calero elabora en el encuentro amatorio una zona de inclusión humana posible. Sus prosas al erotismo instauran lo que el mundo dejó de vivir: el bolero de la carne, la agrimensura del deseo: “Nos desnuda la ofídica amada, con mordida y locura en los ojos.” A su vez, sus lucubraciones sobre la poesía ensayan una poética militante en su propia perseverancia: “Para el poeta no habrá descanso; no fortuna sin arriesgar el cielo”.
Paradojas de la mandíbula es canto del aeda todavía. Las más modernas imágenes del hombre fragmentado se entrelazan con la profesión de esa fe en la palabra, esa fe en la carne del amor.
El aeda vive. El aeda está entre nosotros. Y tiene cosas que decirnos.

***Guillermo Fernández, poeta, novelista y ensayista costarricense.

De derecha a izquierda los poetas nicaragüenses Juan Carlos Vílchez, Manuel Martínez y Carlos Calero

En el poemario “La costumbre del reflejo”, de Carlos Calero Plenitud del acoso Manuel Martínez (Poeta, novelista y narrador nicaragüense)

El poemario “La costumbre del reflejo”, del poeta nicaragüense Carlos Calero, recién publicado por Ediciones Andrómeda, Costa Rica, 2006, fue presentado en San José por el escritor costarricense Adriano Corrales. Es “un poemario afincado en la memoria. Como fotografías, daguerrotipos, o cinematógrafo”. Y Corrales señala vínculos y heredades presentes en este poemario con la gran tradición de la poesía nicaragüense.

Carlos Calero nació en Monimbó, Masaya, el 9 de agosto de 1953. Se graduó de licenciado en Español, por la UNAN-Managua. En 1981 obtuvo mención especial en el Concurso de Poesía Joven “Leonel Rugama”, y fue Coordinador Nacional de los Talleres de Poesía, que promovió en la década de los 80 el Ministerio de Cultura. Para esa época escribía: “Mis días felices/ fueron como una visita, inesperada/ y breve en sus estancias:/ el amor pasó inefable”. Y ese rapto de inspiración temprana, racional y premonitoria, revela el devenir de su propia vida, su historia.

El poeta Calero se vinculó durante muchos años a los Talleres de Poesía, pero supo mantener y rescatar la calidad de su propia voz y personalidad poética. Su poesía revela una tendencia pagana, un íntimo erotismo, un reencuentro con la memoria que es su pasado ancestral, la deidad interior encarnando en el verbo. Carlos Calero se ha constituido por mérito propio en una de las revelaciones de la poesía de la década de los ochenta.

Carlos Calero emigró hacia Costa Rica allá por 1987, en busca de la otra mitad de su patria: única, íntima y amorosa, y su autoexilio devino en nostalgia de la otra patria telúrica, cósmica y visionaria. Emigró a otra tierra, pero no emigró nunca de su verdadera patria que es la poesía: espacio real o sitio imaginario donde habita la auténtica nostalgia, los recuerdos y la memoria, que eso es lo que somos.

De esos vínculos intrínsecos, de sus idas y venidas, en un retorno que no termina nunca, nos trajo su primera entrega: “El humano oficio” (CNE, 2000); esos poemas revelan, reflejan, tocan su “angustia, su nostalgia”. “Mi deseo de estar no estando, mi situación en el espacio de la palabra, el arte y la geografía vecina”, escribe. Como un canto desesperado nos advierte: “Porque las puertas de la redención se cerraron, con mano de muerte calcinada;/ el imponente fatalismo aceptado por la memoria/ fue huestes de sombras y odios de cacicazgos…”.

Ahora regresa con este nuevo poemario “La costumbre del reflejo”. Consta de cuatro apartados: Plenitud del acoso, La cuna amorosa, La sed confesada y Sudoración del deseo. Al leer los poemas que integran este texto de Calero, se siente la evocación de la infancia: “Fuimos niños, dolorosa y secretamente niños”, donde revive el aire colonial de corredores y ladrillos de doble gruesos y con jaspes lustrosos que escondían la pobreza. Se percibe la intensidad del retorno: “Flota el espíritu del parque; el tritón de piedra custodia la fuente y hunde el tridente donde no hay mar, ni barco que revise bitácoras para el retorno”.

Trata de reconstruir mediante la evocación de la “memoria que guarda todo intacto”: el barrio, la ciudad, el parque, la laguna embrujada, las calles en penumbras, los ahuizotes: el misterio de la vida, plasmadas en estampas, paisajes y postales. Reconstruir mediante la evocación en versos largos, en prosema, el poema de lo vivido, un pasado que no cesa, que siempre estará presente: “La memoria vuelve al crisol del estudio. Dios muestra cartografías de un cielo sin bitácora de historia”.

Estos poemas recuerdan en cierto modo La Calzada de Jesús del Monte, de Eliseo Diego, pero también a Ernesto Mejía Sánchez y, aunque de otro modo, ciertos poemas de Santiago Molina. “Cruz y corazón en el osario… me increparon inéditos rostros que no eran mis demonios”.

Y, sin embargo, ésos son sus demonios, caras, máscaras, rostros y más caras que en la evocación parecen otros, pero son sus mismos seres familiares y la vecindad de toda la vida, difuminados y estilizados como en una pesadilla o en un sueño.

En fin, se trata del “tropiezo de luz y fuego de nuestros boleros tristes en roconolas calladas sin que amanezca”, o como él mismo lo canta o la declara, porque también se trata de una declaración vital, existencial, necesaria: Mi “biografía de pueblos olvidados yace en las humaredas con vagones que tal vez retornan a la costumbre”. Se trata, por demás, de un poemario homenaje a Masaya natal, a Nicaragua nutricia, y a sí mismo. Por mi parte, celebro el nacimiento de un nuevo libro de poemas de Carlos Calero, que viene a reafirmar la calidad de la poesía escrita en esta provincia del idioma español, que es Nicaragua.

jul 12, 2008 Nuevo libro de Carlos Calero Arquitecturas de la sospecha Tomás Saraví

Ya en sus penúltimos volúmenes poéticos (“La costumbre del reflejo”, 2006, y “Paradojas de la mandíbula”, 2007), el poeta Carlos Calero nos introdujo con soltura en su particular forma de prosa poemática, estilo preciso que lo define con gran claridad. Su tono es inconfundible, su gimnasia verbal se apodera de nosotros.

En esta nueva entrega (“Arquitecturas de la sospecha”), Carlos subraya sus aciertos formales en este territorio del cual se ha apoderado con envidiable seguridad formal, con un aplomo que de ninguna manera ensombrece la calidad de sus ideas.

Un rico material de reflexiones, de enfoques ideológicos precisos, siempre con un toque erótico que en él es permanente: para Calero descubrir el mundo es descubrir “las cartas y los besos felices de una noche con lluvia”.

Quizás en esta nueva entrega hemos descubierto su secreto: al despojarse de preocupaciones en cuanto al manejo del lenguaje poético, el vate nicaragüense transita por un sendero esencialmente existencial.

Su estilo es apoderarse del lector por imperio de una catarata de emociones, por un discurso que no está hecho de ideas, sino de sensaciones.

Por fin lo hemos descubierto: Calero describe el mundo que lo rodea como si estuviera recorriendo el cuerpo de una mujer amada. Al apoderarse de ella, se apodera del Universo.
Carlos Calero
Nace en Masaya, Nicaragua, 1953, en un barrio conocido como Monimbó, que bordea una laguna y es atravesado por ancestrales ritos y leyendas. Desde hace mucho tiempo vive en Costa Rica, donde ejerce la labor docente en una universidad y en educación media. Posee grado académico de Master en Ciencias de la Educación. Ha publicado tres libros de poemas: El humano oficio (Centro Nicaragüense de Escritores), La costumbre del reflejo y Paradojas de la mandíbula (ambos publicados por Ediciones Andrómeda, San José, Costa Rica).

Pusiste tus labios

I
Pusiste tus labios entre mis muslos, casi naufragio, incendio, quema de bosques con sombras y un deseo que no se consumió en tus ojos.
II
Pusiste tus labios entre mis muslos y me hundí en un abismo que no supe olvidar porque la elevación del asombro te iba dejando agradecida,
III
y como una gata afilaste las uñas con la impaciencia de volver a satisfacer tus labios.
Carlos Calero

Pavesa

I
Y fue muy quedito, casi un brinquito de rumor, pegado a la frontera del silencio y el breve chasquido de las palabras;
II
y quise decirte algo, pero despacito, sin que lo notaras, sin que lo presintieras, algo muy breve, invisible a veces, talvez como el agua que corre y nos deja un ranura de sospecha en los ojos;
III
y vos inquieta, casi en posición de gacela, arisca, con las orejas levantadas y el viento en las narices;
IV
y vos como en un sortilegio o milagro, siempre detrás de mis palabras.
V
Y fue muy quedito, casi como que no lo supieras, y si decidí marcharme fue con la fuerza de una pavesa que salta de la chispa y desaparece.
Carlos Calero

La serpiente no tiene edad

I
La serpiente no tiene edad; estudia la memoria y se las ingenia con el báculo de la cola; pasa, deja hijos y pieles olvidadas; pasa hambrienta al otro lado del tiempo y la imposibilidad de salvar las nostalgias,
II
y su lengua discierne los relojes en los oficios del sol que se alimenta bajo las piedras;
III
cuando está cansada la serpiente, y con tanto amor nos muerde; revela nuestro colmillo que apetece breñales y troncos de árboles ansiosos de la presa que en su reflexión se agazapa dentro del abismo que no vemos.
IV
La serpiente no tiene edad, y se lo celebramos.
V
Qué será de nuestro miedo, eterno, mientras repta nuestros muslos y la pelvis, vibrante, con diente que no conoce el sabor de la sangre ni los inútiles venenos,
VI
y cada vez, cuando cerramos el placer, vibran los sueños, y silban en un sueño que se arrollan a nuestra costilla con el silencio que abandona la cueva;
VII
entonces se enrosca una leyenda, rueda a la par de nuestro miedo sin volverse piedra; pues la serpiente que no tiene edad asfixia nuestro pánico a conocernos.

De islas II

I
Las precipitaciones de la curiosidad nos llevan al borde de las islas, y desde ahí se configura una idea más clara de los abismos que justifican la existencia de estas porciones de tierra que se adelantaron al agua para no ceder ante la plana mano del cielo
II
que sobó las aguas como para acarician el vacío alegre de ver otro cielo con la cara limpia, pura, extensamente sonora, habitada por peces maestros en devolverle al aire la costumbre de sentirse libre en la quijada del silencio llamado a descifrar lo innombrable.
Carlos Calero

De islas I

I
Nunca he pensado en una isla, como para habitarla;
II
extraño, pues de alguna manera las he habitado, las sueño, están en los desgarramientos de mis ideas que van juntando palabras y sílabas hasta llegar a la gran isla de música que son letras alegres, colocadas de tal forma que desatan orquestaciones secretas que solo las islas tienen.
Carlas Calero

Cada palabra

I
Cada palabra, una vez que la pronuncio, se me esconde; se me resiste; no doy con ella por más que la toque con el deseo y la memoria;
II
por qué será que esta palabra busca sus propios refugios, no le gusta que conozcamos sus recursos, como tampoco se da y explica cómo ha venido desde el fondo inusitado de las cosas que nos rodean.
III
Cada palabra que digo, una vez que la pronuncio, está al otro lado, única, irrepetible, buscando cómo explicarme que no está en ella dejar de ser lo que ha sido.
Carlos Calero

Alegato de un poeta para justificar su desazón, al oler un pedito de su mujer antes de dormirse, por culpa de un poema en ciernes

I
Los dioses, si es que algún día nos prometen algo, podrían afilarnos las garras de la intromisión y nos tentaría rasgar el frontispicio, y con más guerra contra el tiempo hasta elucubrar acerca de nuestra propia existencia sin zambullirnos en el agua enamorable;
II
eso sería un colador de luz en la inteligencia, locuaz consternación que salta como liebre de hidrocarburo en plena calle atrapada para soñar con almohadas secretas y suculenta desfloración del pudor salido del espejo retrovisor sin traicionar los ojos.
III
Y hay promoción televisada de dioses inclinados ante nuestra garganta indiscreta cuando nos metemos con sigilo a la cama para intentar invocar la corriente de sangre que aletea empozada en los silencios.
IV
Y el poeta,
V
consternado por tanta envidia y su propia naturaleza no soporta equivocarse con el lenguaje y tarda horas, meses y hasta destiñe calendarios en precisar su apetencia,
VI
pues se la pasa pegando slogans en las paredes con el recuerdo para adular su indiscreta sombra que lo jala para negociar con la memoria ese algo que hace retorcernos mientras los demonios exudan gemidos, metáforas y pezuñas del tridente, o punzadas de sierpe embramada;
VII
todo por culpa de los dioses que han perdido la facultad de la lascivia y nos envidian, pues para embetunar la palabra de los montes etéreos recuerdo que ella, mientras entraba y salía de mis brazos dijo: me permitís un pedito ahora que estás por dormirte con ese tu próximo poema que me ha quitado el fragor de tu deseo, y ni te has dado cuenta de que me has acostumbrado a no vaciar mis intestinos desesperados, porque te vas inspirando hasta salir por la ventana con ese tu recurso imbécil de traficar con las palabras.
Carlos Calero

Acápite

I
Dónde quedó el lado, reverso lado sinuoso y burla, imposible separarlo del filón que amarra ideas sostenidas por el hilo invisible del corazón o carne puesta sobre la mano que busca cómo deshacerse de ese estorbo, ese ripio de la geometría;
II
deshacerse de la morbosa pasión sobre la página donde sucumben las visiones, pues de grasa y hueso se llenan las bocas golosas, el tropezón del mundo que harta de los vicios, y espacios vacuos que desolan las ideas insípidas;
III
dónde estará ese vórtice, muy antónimo o mimético de la nada,
IV
oscuro advenimiento del terror a quedarse sin palabras que dan vueltas y retornan a ser la ingenua certeza de que hay un destello de la misma palabra;
V
dónde, entonces, afiebrados caeremos a los pies de la pezuña mientras lamemos las esquirlas en el diente sacro que asoma fétido donde no has podido escuchar chasquidos que se hunden en sí mismos por falta de audiencia agasajada y la bilis.
VI
Qué habrá por ver, por oler, por soñar si nada queda; pareciera que la ensoñación explotó en su globo fecal con emanaciones hechizadas por maliciosos cielos que obstruyen los ojos entre la lectura de un paisaje vacío y la gordura de sentirse feliz a tientas o a deshoras vampirescas
VII
pues siempre ante nosotros fracasan los relojes y nos dejan agujas para que confiemos en la memoria del hielo;
VIII
adefesio insólito que nos deja prefijos, nos deja prólogos, algún espacio aparte, en acápites que anulan pues no sabemos cómo pasar de muertos a vivos o confiamos de las paradojas mientras se nos derrumba la esperanza al donar parte de nuestra vida de ácaro pretensioso
IX
para que, como toro burlado, se espacie la fe en algo que nunca será nuestro porque no está en nosotros ni en nada la rueda que empieza donde concluye el infierno que con vocación de demonio atizamos con el poder fecal del mitómano.
Carlos Calero

A propósito de la mezquindad cuando se pretende matar las palabras

I

No es que no se quiera,

no;

es la costumbre colonial y democrática del recelo, y por añadidura resquemor al ingenio que hace tambalear los escenarios… lo seudo-artístico si es que existiera esta levedad;

II

no es que no se quiera,

no,

es falta de luz, tráfico de la tinta, grito de un lápiz, o carbón, o sumisión de un bolígrafo con que rompemos el globo cristalino, escaso de nobleza de un ojo que todo lo congela;

III

no es que no se quiera,

no,

para salvarnos los poetas debemos sacar la nariz y disputarle el aire a los lobos, y que restalle el espíritu para que la tarde no se adormezca con quejidos;

IV

y quizá así sea creíble la duda, lo que hay de caos en el nacimiento de una íngrima palabra, o la sospecha que se adentre y explique las paradojas de los crepúsculos en algunas estrellas que caen, y se alejan con extraño murmullo amordazado pero audible: sólo así se sufre la poesía:

V

Y qué mejor la punzada del sosiego para denunciar la hipocresía donde posa la infección de la espalda sobre una silla que lee nuestros poemas y se regocija porque la vanidad no coincide con los monumentos literarios;

VI

no es que no se quiera,

no,

entonces cuál será la excepción, cuál el enigma del que se cobija con la camisa de un poeta; dónde estará el desliz de quien escribe, y por qué no se preocupa y anuncia su propio atropello, y se auto-amenaza, y usa su inteligencia que confía a quien utiliza su nombre, y no le sobra recuerdo para darse cuenta de las cosas, al ser diluirlo, petrificado; y luego lo anuncian en el rincón de enfermiza fama para que empaque los restos de su asombro en el único ojo que le queda;

VII

no es que no se quiera,

no,

es como una ciudad sobre el aire, y el poeta se duerme, no para ajustar su paracaídas, sino deja caerse para que lo oigan, pero ahí no lo escuchará nadie;

VIII

y no es que no se quiera,

no,

el acertijo no se resolverá solo; la buena poesía llega y no es socavada, ni eludida, ni negociada; no permite la pasarela de la belleza ajena;

IX

no es que no se quiera,

no,

nos emboba la envidia si fingimos que leemos, cuando el poeta inédito nos descalabra, y la arquitectura del tiempo fluye como el agua, y abre la retina, y nos da la oportunidad para reconocer a un buen aeda porque así lo decretan la memoria y la palabra;

X

y no es que no se quiera,

no,

por eso el poeta se vuelve suspicaz y rompe su página, esconde los poemas del supuesto defensor de los aedas, .

XI

y no es que no se quiera,

no,

en los escenarios de la brevísima fama y escribana pretendemos lapidar sin palabra lo que no se puede matar con la misma palabra.

Carlos Calero

martes, 4 de agosto de 2009

Revista Luna Zeta en su X Aniversario





El miércoles 12 de agosto se presentará en Azur Café la revista Luna Zeta, Número 28, como muestra de su Décimo Aniversario 1998-2008. Luna Zeta es una revista de creación, análisis y reflexión bajo la coordinación editorial del poeta y académico Abraham Nahón. Esta revista cuenta con el apoyo otorgado por el programa Edmundo Veladés, del Consejo Nacional para la Cultura y la Artes en coedición con Proveedora Escolar, editorial Almadia y CEINCO-Luna Zeta AC.

Desde sus inicios (noviembre 1998) el proyecto Luna Zeta estuvo animado por la novedad y la experimentación, y ha sabido sobrevivir a los problemas económicos, la exclusión de la publicidad institucional y empresarial, las idas y llegadas de sus colaboradores, a la pugna de intereses y la falta de apoyo de los lectores como le ocurre a toda revista. Sobrellevado esto, ahora ha consolidado su grupo editorial. Su antecedente fue el suplemento El exilio en 1994, el cual mantuvo una actitud contestataria y provocadora.
El nombre de Luna Zeta nace de la aleación, que evoca una cosmovisión, un rito milenario, el alfabeto y ciclos de su simbología y la tradición; permea los mitos urbanos en el marasmo de sus acuciantes realidades. De todo esto nació la idea de editar una revista que incluyera la literatura, el periodismo con una visión crítica en que destacan las expresiones visuales y gráficas.
Desde sus inicios, esta revista ha sido objeto de polémica, pero a la vez goza de la aceptación y colaboración de artistas independientes, tanto de Oaxaca como de otras latitudes. El espíritu de esta revista desbordó la visión de pequeñas capillas, las cuales reproducían el esquema del poder oficial por ser reproductores de las jerarquías, la autocomplacencia y la acriticidad. Se ha convertido en el sensor y voz alerta para exigir y cuestionar los repartos de la igualdad y transparencia “en el ejercicio de los recursos destinados a la cultura”.
Luna Zeta se ha nutrido de tres grandes afluentes: la literatura, las artes visuales y la crítica social. Cuenta con cinco secciones: Lunario (poesía y narrativa), Novilunio (ensayo), Lúnula (entrevista y crónica), Estadilunio (literatura de otras entidades) y Abezedario (Reseña). Además, cuenta con la sección Oaxaca que presenta textos sobre el estado escritos por autores de otros países y otras regiones de México. Luna Zeta se inserta en un territorio plagado de contradicciones sociales y culturales, como Oaxaca; pero, también, compromete a sus colaboradores a atisbar temas inusuales en este contexto editorial.
Luna Zeta es un imperativo y alternativa con una visión crítica y propositiva ante las grandes contradicciones locales, y lucha contra la dinámica de las fuerzas internas y exógenas que, de alguna manera, han ido creciendo contra el patrimonio natural y cultural que cometen autoridades y grupos político-empresariales en el territorio oaxaqueño; lo cual modela, de alguna manera, el contexto de las geografías latinoamericanas.
Felicitamos a su coordinador editorial Abraham Nahón, por devolvernos la esperanza con estos territorios de la palabra, el pensamiento, la imagen, el friso de la voz plural de la que mucho adolecemos en los ángulos sobrevivientes de este istmo centroamericano. Estamos seguros que Luna Zeta seguirá brillando en la gran noche de la esperanza y la cultura latinoamericana.

miércoles, 29 de julio de 2009

La Costumbre del reflejo(Periódico de la UCCR)

Durante la Semana Universitaria, en setiembre de este año, en el Auditorio de la Universidad Católica de Costa Rica, Anselmo Llorente y Lafuente se presentará la obra poética “La costumbre del reflejo.”

“La costumbre del reflejo” cuyo autor es el poeta Carlos Calero, ya fue publicitado en Costa Rica y Nicaragua, en los meses de junio y julio, respectivamente. Este libro fue editado por Ediciones Andrómeda, bajo el cuidado del narrador costarricense Alfonso Peña. Carlos Calero pertenece a la Generación de los Ochentas. Nació en Nicaragua, 1953 en el mítico y legendario barrio de Monimbó. Tiene una licenciatura y una Maestría en Ciencias de la Educación. Su primer libro se llamó “El humano oficio”, publicado por el Centro de Escritores Nicaragüenses, en el año 2000. El poeta Calero ha publicado su poesía en diversos suplementos literarios de Nicaragua, revistas de Costa Rica, México, Estados Unidos, Cuba, Italia y otros lugares; como también forma parte de antologías poéticas de ambos países, pues adoptó la ciudadanía costarricense.

“La costumbre del reflejo” a como dice el poeta Adriano Corrales es “un poemario afincado en la memoria. Como fotografías, daguerrotipos, o cinematógrafo, las ciudades, aldeas, volcanes, lagos, ríos, personajes y voces de su país natal, Nicaragua, circulan nostálgicamente por este libro”. El poemario consta de cuatro partes: Plenitud del acoso, La cuna amorosa, La sed confesada y Sudoración del deseo; partes que explican y concilian la visión poética de un mundo signado por la costumbre desacostumbrada, esa nostalgia de un pasado cargado de amor, recuerdos, pasiones, rostros que se repiten en la memoria como estelas de roces visuales; es el temor a perder lo único viviente, fijo, rotundo y perdurable: la memoria, la patria, la infancia, el eco de voces de ciudades, actos de injusticia “atrapados en los tribunales de la memoria”, pobreza, calamidades,… Pero esa costumbre de reflejar las cosas duraderas, de nostalgia y alegrías, tiene su asidero en el amor; amor que reincorpora la fe y el entusiasmo por un futuro mejor. Es el amor a la esposa, porque el poeta Calero le dedica el libro a su compañera que falleció en Costa Rica; pero este poeta ve la tragedia como un vuelo que remonta los recuerdos porque “celebré fiestas de naranjas y marimbas en Masaya”, para que la memoria funcione como estímulo para la conciencia de la identidad y la esperanza.

También el poeta y narrador Manuel Martínez, asegura que “Su poesía revela una tendencia pagana, un íntimo erotismo, un reencuentro con la memoria que es su pasado ancestral, la deidad interior encarnando en el verbo. Carlos Calero se ha constituido por mérito propio en una de las revelaciones de la poesía de la década de los ochenta.” En otra parte agrega: “Se trata, por demás, de un poemario homenaje a su Masaya natal, a Nicaragua nutricia, y a sí mismo. Por mi parte, celebro el nacimiento de un nuevo libro de poemas de Carlos Calero, que viene a reafirmar la calidad de la poesía escrita en esta provincia del idioma español, que es Nicaragua.”

Por otra parte, el poeta Carlos Calero trabaja como profesor de nuestra Universidad Católica desde hace algunos años, en el área de Comunicación Oral y Escrita.

(Artículo publicado en el Periódico de la Universidad Católica de Costa Rica, Anselmo Llorente y Lafuente, El Universitario)

El sexo no es asunto de santos


I

Resulta que este santo te mira, pero es con tus propios ojos; un santo que te vio hacer el amor de pie y contra una puerta:

II

que hubo sexo oral y no sucumbieron los cielos; que el pubis se erizó y no apagaron, con la inocencia, las candelas;

III

qué generoso, qué alcahueta el santo diría mi abuela, y todo hubiera acabado de no ser que en el retrato de la sala había un cuerpo de muchacha adolescente con vestido de gasa y flores en las orejas, y me lo llevaba en los bolsillos, desnudo, para luego besarlo sin que nadie me viera,

IV

pues en lo secreto de mis estrategias ella iba y venía conmigo, pero sin ropas ni escapularios.

V

Cómo besaba y bendecía ella al santo Carlos Calero, hasta que nos descubrieron.

Así son las cosas con Raúl Orozco


I

Raúl, esperé y esperé una respuesta a mi correo electrónico;

II

esperé lo que esperabas desde que me contaron la encrucijada de la muerte en tu carne, un rostro blanco sobre el negro de tu paso con terquedad de quien vive porque vive, porque siente que siente lo que muchos no nos atrevemos a sentir a tu manera, tu modo de ver las cosas de frente como recorrer las calles de Managua con una lámpara, o una candela en penumbra de luminosa resistencia;

III

y verte y saludarte como platicamos más de una vez, mirándonos como amigos, saltando sobre la ilusión brevísima y mojigata, rancia, catarrosa, ojerosa, horrorosa, felina y con mezcla de diadema y mano gruñona; y hasta pachona, lactosa y truculenta, lenta, lenta…

IV

y todas esas cosas que uno resiente, que ve más allá de poner los ojos en crepúsculo con lago sobre San José, o el Huembes en Cartago;

VI

y cómo dejarte en paz si nos dejaste la paz porque se quiera o no fuiste de los buenos, casi invisible, a la altura natural del aliento y el tiempo que aloja ganas de volver al mundo para morirse y multiplicar las ganas de morirse siendo o no siendo nosotros los ausentes.

V

Así son las cosas con Raúl Orozco, las cosas con sus versos, tan de lejos y de cerca de Martínez Rivas, tan próximo quizá a Vallejo, y tan entrado en palabras que pactan y distancian con Beltrán Morales, con la poetada de tono fino, irónico, de palabra labrada, y quizá nunca acabada;

VI

así son las cosas con este poeta Raúl Orozco, su justo sepelio sin estridencia inmerecida, un séquito sobre la calle y en distancia de las fronteras porque te acompañamos.

VII

Raúl, esperé y esperé una respuesta que ya está aquí, ahora mismo, sin relojes ni calendarios.

VIII

Está en la base muscular que deja la vida porque si no se deja nos emboba con extraña ración de hueso y adulación fofa de quien no pudo alcanzarte, y cómo hacerlo, cómo sostenerlo y si ya estás vivo, y punto y página nueva y aparte, cómo la cerveza brevísima, vellosa, interna, entre los poemas y la idea que decreta que si escribimos es para ponerle a la poesía una palabra de no muerte, a la calavera incisiva que finge estar de pie en el cementerio, y procura entender cómo será la muerte de un poeta que por su palabra no ha muerto, que fue impactante y premonitorio escribir: “Que la nada te reciba con sus mejores galas.”

IX

Así son las cosas con Raúl Orozco. Y cómo hacerles creer a los bobos, los de siempre, los improbos, tu gloriosa y solitaria manera de fingir que estás muerto.

DE LA SOSPECHA COMO ARTE POÉTICA

(Arquitecturas de la sospecha, poesía de Carlos Calero,

Ediciones Andrómeda, 2008)

Adriano Corrales Arias*


La poesía de Carlos Calero ya no nos sorprende en su abundancia imaginativa. Pero nos asombra con su amplitud persuasiva y su capacidad de desdoble y de puente entre realidades diversas, ambiguas; entre campos culturales oblicuos; entre prácticas diferenciadas, pero siempre armónicas.

Todo ello y más, trae su último libro Arquitecturas de la sospecha. Dividido en cinco partes (Proscenio, Estridencias del ojo, Orfebrerías del susurro, Estaciones de la duda y Encuentros del espíritu), Calero nos acerca a su mundo íntimo y exterior de múltiples maneras. Pero nos enfrenta con la sospecha de que ambos mundos son peligrosamente ambiguos y dolorosos, acaso divididos y extraños. Porque el poeta sospecha de todo, especialmente de sí mismo.

Y sin embargo, si algo tiene claro el poeta es su oficio; su compromiso con la palabra, la suya y la ajena, es decir, la de todos. Porque el poeta sabe que vino a cantar, pero no de forma complaciente, sino con la duda de su existencia a través de la anomia social y de la historia. Todo con una capacidad rítmica, a veces hasta atreviéndose con el reggaetón, que sorprende porque apremia: “No perdás el tiempo, urge agrupar, curar, limpiar, coleccionar, ver, oír, palpar, tocar, lengüetear, mirar, poetizar, vivir la locura para el tratado de la cordura”. Y nos advierte: “Pero no somos solo sentidos, somos sustancia, somos latidos, somos humo, materia y antimateria, la nada y el todo, lo pleno y el vacío. Somos lo visible y lo oculto repentino o adrede”.

Asombra esa capacidad expresiva de un poeta que en su vida cotidiana es silencioso y contemplativo, sin aspavientos. Un poeta que debería ser contenido dada su parsimonia existencial, esa actitud vital que nos retrotrae a la imagen de los altos sacerdotes mayas. En cambio su poesía es río desbocado, volcán activo, tierra de fuego abrasivo. Eso sí, sin perder la ternura y el toque justo para que el sentido se conjugue perfectamente con el sentimiento en un paquete emocional-intelectual, como pregonaba el viejo Ezra.

Y es que Calero abreva de la gran tradición poética de su país natal Nicaragua. E igual que sus notables hermanos, ha sabido conjugar la poesía del Siglo de Oro Español con lo mejor de las vanguardias del siglo XX, especialmente las norteamericanas, sin descuidar su interés por la poesía latinoamericana. Pero con la conciencia plena de que la columna vertebral de su propuesta es la poesía nica, con todo lo que ello implica en términos semánticos y semióticos, y su contexto fronterizo con una Costa Rica que lo acogió aunque aún no lo celebra.

Por eso podemos decir que la poesía de Carlos Calero es una poesía mestiza, híbrida, a caballo entre dos campos culturales y sus respectivas tradiciones, pero sin perder la fuente que la convierte en auténtica y en profunda sinfonía. Es poesía valiente, corajuda, pero sin dejar de lado la sencillez que se procura desde su propio nacimiento. En otras palabras, es poesía con garra pero que no se abandona a la fanfarria posmoderna, ni a las poses de quienes aspiran al canon y a la fama. Es poesía comprometida con su entorno y con su historia, pero sin pretender hacer panegíricos ni manifiestos. Es gongorina pero sin perder sus rasgos de ascendencia popular. Poesía ciudadana e íntima, social y personalizada, explosiva pero largamente meditada.

En Arquitecturas de la sospecha es importante el homenaje que el poeta rinde a sus amigos, compañeros y maestros de viaje. Es significativo, por ejemplo, el espacio que ocupa el notable escritor guatemalteco-nica Franz Galich, fallecido dolorosamente en Managua. Igual la reseña poetizada, como remembranza y homenaje, a ese gran poeta que es Santiago Molina, lastimosamente olvidado por el canon y las instituciones de su país. Pero igual el recuerdo de Allen Ginsberg, Juan Ramón Jiménez, Jaime Gil de Biedma, o de personajes sencillos pero entrañables como Isabel Gaitán, “Chavelo”, o don Flavio Tijerino. Y claro, su tierra natal con sus frutas y su culinaria, con la nostalgia propia del desarraigo: la cabanga. Y por supuesto, el amor.

Por todo lo anterior me permito recomendar las Arquitecturas de la sospecha de Carlos Calero como un proyecto estético donde la palabra, como en toda buena propuesta poética, es la herramienta para cavar y ahondar en nuestras vidas y en nuestra memoria, de tal manera que se nos permita continuar la senda de un largo aprendizaje para sortear las dificultades, las desavenencias y la implacabilidad del tiempo. O sea, para sobrevivir, aunque sea en la memoria de los demás.

*Escritor costarricense.

Eros sónico


I

Con mucho cuidado trato de no lastimarme el tímpano;

II

que la uña no perfore el silencio de escucharme; de proferir el sigilo que hay en mí cuando me tientan las palabras:

III

por eso disfruto mientras mi dedo llega muy próximo al oído y se produce una catarata de murmullos, orquestaciones internas, una torrencial música que se hace palabra al quedarnos sordos.

IV

Con mucho cuidado trato de no lastimarme el tímpano,

V

esto ocurre cada vez cuando oigo que estás en mí y no hablás, para que los espíritus de la cama atraviesen la noche donde el ruido del corazón ya no sabrá cómo despertarnos.

Argumentaciones alrededor de un insecto


I

La ciudad nos persigue con insecto loco y enamorado; la pregunta es por qué se han vuelto locos y de qué se han enamorado.

II

La ciudad y el insecto fruncen las alas y no se cansan; proponen casa ni para habitarla en los sueños;

III

la ciudad y el insecto me entregan un oleaje, y las aguas se sumergen en la infancia.

IV

La pregunta es por qué rompen alas y el aire los estruja, a pesar del viento en los espejos; y proponen un mundo de estanques bajo los puentes, y el asedio de convertirse en ponzoña urbanizada;

V

la ciudad y el insecto buscan veredas cuando están asediados; por eso no está en ellos evadir un paisaje paralelo;

VI

así llegaran a la casa sin zumbidos, sin reconocer en sus patas la memoria, ¿por qué temerán el fuego, el agua y no la tierra?

VII

Y se quedan niños: el insecto es inocencia, cada vez que tropiezo con un coleóptero que no vive sobre el aire, ni toca la conciencia con la mentira ósea en la sangre y las ciudades.

Arquitectura de la sospecha, comentado por Erick Aguirre

Nuevo Amanecer
jul 19, 2008

Arquitecturas de la sospecha, de Carlos Calero

Erick Aguirre | eaguirre@elnuevodiario.com.ni

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Después de casi un año Carlos Calero ha vuelto sobre sus pasos de hijo pródigo de Nicaragua y de su poesía, hermano alejado pero entrañable de sus poetas, a presentarnos un nuevo libro que trae bajo el brazo: “Arquitecturas de la sospecha”.

Luego de leer las impresiones de Tomás Saraví sobre este libro, donde el escritor tico ha encontrado una subyugante gimnasia verbal y una forma particular de prosa poemática con un estilo preciso, mostrado ahora con un aplomo, una soltura y una seguridad formal envidiables; no puedo más que corroborar lo que de sus anteriores libros yo mismo he desprendido: que sus aciertos formales y sus nada gratuitos retruécanos no ensombrecen para nada la nobleza espiritual de su mensaje y la claridad crítica o la “conciencia histórica” de sus ideas.

Como crítico, me ha hecho volver los ojos hacia la Scienza Nuova, en la que Giambaptista Vico nos habla de un lenguaje y una poesía que se desarrollan fuera de toda regla.

Tratando de sumergirme ahora en este su nuevo libro, me percato de que, desde finales de los 80, Calero empezó a caminar (y desde entonces no ha retrocedido jamás) en una estética que desde todas sus improvisaciones emocionales, mnemotécnicas, subjetivas, le muestra todas las posibles e imprevisibles formas de libertad al espíritu.

Sus constantemente lúdicos efectos o retruécanos poéticos no parecen apoyarse en la racionalidad o el simple “deber ser”, impuesto a sus juegos metafóricos o a su constante construcción y deconstrucción imaginista, sino más bien al asombro constante, al éxtasis fulminante que se sucede en su permanente descubrimiento y cuestionamiento del mundo.

Pero, ¿cuál es esa, al parecer novedosa pero en verdad antigua estrategia retórica a la que recurre Calero para explicarse el mundo y para mostrar a sus lectores, a través de procedimientos aparentemente indefinibles, lo que sustancialmente sí resulta definible en la lectura de sus poemas?
Será siempre imposible tratar de descifrar “racionalmente” esa estrategia, porque es la estrategia común de la poesía a través del tiempo. Y los críticos no podemos más que formular preceptos que están implícitos en eso que conocemos como práctica poética, cuya función racional es frecuentemente ajena al propio poeta.

Por eso creo que Tomás Saraví tiene razón al concluir, después de tres libros y muchas lecturas, que la poesía de Carlos Calero está hecha de ideas escondidas que impulsan el efecto de muchas, infinitas sensaciones, y que todo eso no es más que una estrategia de seducción, una más de las formas de aprehender el Universo.

Artículos en el NUEVO AMANECER CULTURAL en Nicaragua

jul 12, 2008

ARQUITECTURAS DE LA SOSPECHA

I
El poeta desconfía de instituciones en la historia del bien o el mal, caridad o la fe, caballo de Troya y economía, o espectro del poder, infamia de la ideología, espejo confuso del presente y pasado, vela raída y avista el caos, chasquido sobrenatural del profeta que amenaza con el fin de los siglos, odio al olvido mientras las palabras son mercancía del ego, falso nacionalismo, xenofobia, mezquina modernidad posesiva, o sustantivo pretor pro democracia para reacomodar la mordida imperial de la mandíbula en las culturas del despojo y plan del burbujeo sanguíneo con sutiles engaños, conciencia y progreso de lo siniestro.


II
El poeta desconfía de la oscuridad/apariencia, o construye buhardillas para su genio extravagante de la sustancia condenada a la periferia del paraíso en normalidad/ existencial con que se ordena la matemática del dominio, persuasión, obediencia, vileza, o estrategia de la concesión amo-señor.

III
El poeta en las arquitecturas de su sospecha acecha.


Nuevo Amanecer
jul 12, 2008

Nuevo libro de Carlos Calero

Arquitecturas de la sospecha

Por Tomás Saraví

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Ya en sus penúltimos volúmenes poéticos (“La costumbre del reflejo”, 2006, y “Paradojas de la mandíbula”, 2007), el poeta Carlos Calero nos introdujo con soltura en su particular forma de prosa poemática, estilo preciso que lo define con gran claridad. Su tono es inconfundible, su gimnasia verbal se apodera de nosotros.

En esta nueva entrega (“Arquitecturas de la sospecha”), Carlos subraya sus aciertos formales en este territorio del cual se ha apoderado con envidiable seguridad formal, con un aplomo que de ninguna manera ensombrece la calidad de sus ideas.

Un rico material de reflexiones, de enfoques ideológicos precisos, siempre con un toque erótico que en él es permanente: para Calero descubrir el mundo es descubrir “las cartas y los besos felices de una noche con lluvia”.

Quizás en esta nueva entrega hemos descubierto su secreto: al despojarse de preocupaciones en cuanto al manejo del lenguaje poético, el vate nicaragüense transita por un sendero esencialmente existencial.

Su estilo es apoderarse del lector por imperio de una catarata de emociones, por un discurso que no está hecho de ideas, sino de sensaciones.

Por fin lo hemos descubierto: Calero describe el mundo que lo rodea como si estuviera recorriendo el cuerpo de una mujer amada. Al apoderarse de ella, se apodera del Universo.

miércoles, 22 de julio de 2009

“Resabios”: ajuste y cuenta de autenticidad en Luissiana Naranjo

(Escrito por Carlos Calero)

Al analizar este volumen titulado “Resabios”, no evito la tentación de remontarme a Safo, mujer y poeta griega rodeada de un mundo en ajuste furtivo con su naturaleza femenina, y cielo demasiado libre, verdadero para la vida en la isla de Lesbos; también recuerdo los poemas de Ana Azmatova, poeta hija de tártaros, asediada por el régimen soviético de ese entonces, y ya más próximos a nuestra geografía continental es ineludible referirse a Alfonsina Storni y su promesa de mar moviéndose hacia lo libre dentro de una poética beligerante y consecuente con su género; también Delmira Agustini con lírico y vertical cansancio contra la norma matrimonial y el macho hacedor de las cosas de pareja, en diseño y proporción arquitectónica de la violencia denigrante; pero imaginemos a estas dos poetas vivas y conscientes de su razón de ser, que no se sometieron, y asumen sus “resabios” para honrar la palabra con el soporte de la conciencia. Y podríamos seguir en la nómina emblemática de mujeres vitales y militantes por la causa de la mujer.

Costa Rica no ha sido la excepción al incluir en la bibliografía literaria a la mujer costarricense, la escritora, la dueña de su palabra y periplo por conquistar derechos como expresión del género que alza su voz cuando corresponde hacerlo. También hay nombres visualizados en la tradición de la resistencia y el asomo, como expresión del quehacer literario: Yolanda Oreamuno, Carmen Lyra, Luisa González, Carmen Naranjo, Ana Istarú, y otras. Y por qué no decir que con Luissiana Naranjo se fortalece y continúa la tradición.

Me ha llamado al interés, en la primera lectura del libro de Luissiana, documentar brevemente el panorama de la literatura centroamericana, donde se quiera o no la autora de “Resabios” llamará la atención con este texto poético. Como en otras latitudes, la literatura escrita por mujeres, de alguna manera, ha estado mediatizada por el carácter androcéntrico, discriminador e irresponsable que ha marcado la construcción del canon y de la historia de la literatura en la región centroamericana.” Y debemos añadir un poco más: “La exclusión, invisibilización y marginación de la literatura escrita por mujeres, en tanto sujetos de género, están registradas en los silencios de la historia, que no ha sido escrita por mujeres.” Y como ajuste de cuentas se indica: “el propósito de que mujeres y hombres revisemos, re-escribamos y corrijamos la historia, porque es necesario hacer justicia a las escritoras en el istmo centroamericano.”

Como friso de mujeres centroamericanas, sobre todo de poetas, es digno mencionar algunos nombres vigentes y actuales: Daisy Zamora, Vidaluz Meneses, Ana Ilse Gómez, Blanca Castellón, María Amanda Rivas, y otras, en Nicaragua. Carmen Matute, Isabel de los Ángeles Ruano, y otras, en Guatemala. Silvia Elena Regalado, Dina Posada, y otras, en El Salvador. Amanda Castro, Claudia Torres, y otras, en Honduras. Ana Istarú, María Montero, Julieta Dobles, Vilma Vargas, y otras, en Costa Rica. Consuelo Tomas, Bertalicia Peralta, y otras, en Panamá.

Este libro, con el título de “Resabios”, editado por Editorial Andrómeda, marzo 2008, cuenta con un índice de 90 poemas, sin apartados o subdivisiones; la portada e ilustraciones internas estuvieron a cargo del pintor costarricense Rafael Chamorro.

Los aspectos que deseo destacar, se refieren a los resabios que generan en la mujer vital cierto tono hedónico y la certeza del ser; del macho, pero también el hombre amado, la cultura de la tradición y complacencia de género, y otros que no enunciaré.

Por boca de la misma poeta se dice: Porque desde mi no-nacimiento aposté por la vida. Cada latido y respiración de mi existencia, se vocaliza en poesía. Aún sigo jugando la ruleta de apostar por ella hasta mi no-muerte.” Y es cierto, en el poemario “Resabios” hay múltiples muestras de lo expresado por Luissiana. Esto prologa a una mujer vital, y el amor la fortalece. En su poema Resabios nos dice: “La libertad que se encarna solo cuando hacemos el amor.”, aunque en el centro del poema gravite la insatisfacción. En otro verso señala: “La amante puede llamarse fruta, flor, caracol…” Pero es parte de la vitalidad la conciencia del ser, olvidar lo que se fue para afirmarse en lo que se es. Por eso Luissiana cifra, en términos amorosos: “Ahora espero olvidar con vehemencia… todos esos recuerdos de la luna que dejé sobre tu pecho.” Para patentar esa vitalidad del confesarse con el lector, invito a que lean el poema “Bipolar”.

Cuando su discurso aborda el tema del hombre, lo hace en forma directa, por lo menos en su poema “Despecho”, al enfocarlo como “domador de circo”, “mujeriego”, “débil pedazo de mutante”, “Baco impotente”, “Dios de otro mundo”, “macho ingenuo”, “chiste absurdo”, “perro que come crías”; en fin, el imaginario popular se apropiará de estas nomeclaturas que para nada son gratuitas, sino predican la realidad de género que prevalece como valencia cultural del macho contemporáneo.

A pesar de lo anterior, encuentro, en esta poeta, su sentido de equilibrio emocional, cuando confiesa el placer que le proporciona la persona masculina amada, y hasta el rubor que se produce durante la entrega: “Nos miramos en la cama y nos visitaron ciertas dudas. Los grillos entonaban la noche. Todo se volvió pequeñito, la vergüenza de mi sostén desatado por tus ansias, ese rebelde olor de pino mezclándose en mi cabaña, la luz intocable de tu piel desnuda y la culpa que no dejó de mirarnos.” (Poema “Desliz”) Entonces me ubico con ciertos ecos en el Cantar de los Cantares. Luissiana, en otra parte, comparte con nosotros: “(…) quizá es la memoria juguetona del árbol que sembramos juntos, o la posteridad de dos cuerpos que se enlazan y se desatan con inocultable ardor.” (Poema “Posteridad”)

Por último y para cerrar, encuentro, entre muchos ejes temáticos, éste que me satisface como lector: Cultura de la tradición y la complacencia de género. Con esto quiero decir, sin sistematizar nada, porque de esto se trata mi trabajo, que hay cierta complicidad, regodeo, cierto escamoteo de los valores de género de la mujer acentuados por la tradición y la auto-complacencia de algunas mujeres que no han incursionado en el verdadero papel de la femineidad costarricense de hoy. Se tornan fomentadoras y auto-defensoras de esas valencias rígidas del predominio masculino en las relaciones sociales, políticas y culturales en general. Ante esto Luissiana es horizontal, y no pierde tiempo en explicaciones, sino poéticamente decanta el problema y sentencia: “Salve, Patria, la heredad de tu sexo invalidado…” Somos patria intimidante,/ besadores de la historia que se mienten y torturan…” (Poema Resabio) Ideológicamente, la poeta está muy clara de que la lucha es sin tregua, en el sentido de hacerse valer y ser escuchada, ahora, con este poemario. En el poema La amante escribe: “Su lengua tiene una elegía. Canta para enmudecer. Destroza el prodigio de sus miedos. Trata de ser feliz pero no lo es.” Este resabio de insatisfacción es uno de los grandes motivos que cabalgan a lo largo del poemario. Por algo el diccionario de la Real Academia define el resabio como “Sabor desagradable”; entonces, encontrar la verdad personal y humana no es ningún vicio ni mala costumbre. Es poesía, es conciencia y orgullo alegre de mujer. Y, para cerrar, cito unos fragmentos del poema “Mestiza”:Mi sangre es mestiza, parece gitana”; “¿A dónde se fue Cervantes? Mi Quijote lo sigue buscando.” Esa búsqueda de la vida y el poema, esa forma que no encuentra el estilo, y el innumerable vicio de sentirnos humanos es la batalla de esta poeta, quien ya tiene un sitio y reconocimiento por sus resabios que nos increpan en la culpa y la duda de que todavía al hombre le falta ser más autocrítico y humilde, para saberse amado y amar en iguales condiciones a su cómplice en las grandes decisiones por la vida.

Presentación del libro en el Museo Joaquín García Monge

Desamparados, San José Costa Rica, agosto 2008