lunes, 17 de agosto de 2009

Alegato de un poeta para justificar su desazón, al oler un pedito de su mujer antes de dormirse, por culpa de un poema en ciernes

I
Los dioses, si es que algún día nos prometen algo, podrían afilarnos las garras de la intromisión y nos tentaría rasgar el frontispicio, y con más guerra contra el tiempo hasta elucubrar acerca de nuestra propia existencia sin zambullirnos en el agua enamorable;
II
eso sería un colador de luz en la inteligencia, locuaz consternación que salta como liebre de hidrocarburo en plena calle atrapada para soñar con almohadas secretas y suculenta desfloración del pudor salido del espejo retrovisor sin traicionar los ojos.
III
Y hay promoción televisada de dioses inclinados ante nuestra garganta indiscreta cuando nos metemos con sigilo a la cama para intentar invocar la corriente de sangre que aletea empozada en los silencios.
IV
Y el poeta,
V
consternado por tanta envidia y su propia naturaleza no soporta equivocarse con el lenguaje y tarda horas, meses y hasta destiñe calendarios en precisar su apetencia,
VI
pues se la pasa pegando slogans en las paredes con el recuerdo para adular su indiscreta sombra que lo jala para negociar con la memoria ese algo que hace retorcernos mientras los demonios exudan gemidos, metáforas y pezuñas del tridente, o punzadas de sierpe embramada;
VII
todo por culpa de los dioses que han perdido la facultad de la lascivia y nos envidian, pues para embetunar la palabra de los montes etéreos recuerdo que ella, mientras entraba y salía de mis brazos dijo: me permitís un pedito ahora que estás por dormirte con ese tu próximo poema que me ha quitado el fragor de tu deseo, y ni te has dado cuenta de que me has acostumbrado a no vaciar mis intestinos desesperados, porque te vas inspirando hasta salir por la ventana con ese tu recurso imbécil de traficar con las palabras.
Carlos Calero

No hay comentarios:

Publicar un comentario